Exhumadores sin fronteras

Exhumadores sin fronteras

La afición a desenterrar cadáveres de enemigos para ajustes de cuentas y venganzas post mortem por parte de los exhumadores sin fronteras está muy en boga por las fechas en que esto se escribe, y a algunos les parecerá cosa original, pero no lo es.

El rencor, el encono, son tan viejos como los habitantes de Atapuerca o más atrás. Aunque en estos lúgubres menesteres nunca se hablará de resentimiento ni odio, faltaría más, sino de justicia y leyes; que para están siempre a mano jueces, sumos sacerdotes o brujos de la tribu. Hagamos un viaje retrospectivo y tétrico:

Exhumando republicanos

Oliver Cromwell (1599-1658), líder político y militar, convirtió en república a la muy monárquica Inglaterra, decapitando a Carlos I.

Tuvo y tiene detractores y defensores, claro, pero no es objetivo de estas líneas enjuiciar sus acciones en vida sino las peripecias que sufrió su cadáver. Murió por malaria y llevaba dos años reposando en la abadía de Westminster cuando sus rivales monárquicos volvieron al poder y se acabó su paz.

Fue desenterrado, arrastrado el cuerpo hasta Tyburn y fue colgado de unas cadenas. Allí se esperó a que fuese el aniversario de la ejecución del rey Carlos I y el verdugo lo descolgó para ejecutarlo póstumamente.

Oliver Cromwell

Lo arrojó al patíbulo y lo decapitó de 8 hachazos. El cuerpo se arrojó a un foso, pero la cabeza fue empalada en una pica y exhibida en la abadía de Westminster durante 24 años. Después, la pobre cabeza fue pasando por diferentes propietarios, hasta que fue enterrada en 1960 en Cambridge, donde estudió, y allí sigue. Hasta ahora.

Dando ideas a Juego de Tronos

Retrocedamos algunos años, pero sin dejar Inglaterra. Ahora hablemos de Santo Tomás Moro (1478-1535) para la iglesia católica, o Thomas More para los ingleses.

Tomás Moro

Era obispo en Canterbury y pese a ser fiel al rey Enrique VIII, se negó a aceptar el divorcio de éste con Catalina de Aragón, origen de la herejía anglicana, y también se negó a prestar el juramento antipapista.

Enrique VIII, que era de verdugo fácil, ordenó que le cortaran la cabeza. Luego la hirvieron y la colocaron en una pica, como el caso de Cromwell, y fue exhibida en el puente de Londres. (¿recuerdan a Ned Stark, el de Juego de Tronos? Pues lo mismo)

La hija de Tomás Moro consiguió hacerse con la cabeza de su padre y la conservó hasta que fue descubierta y encarcelada. La enterraron con ella.

Pero aquí estábamos hablando de exhumaciones y este triste caso de Moro no vendría al caso si no fuese porque ¡ya en 1824! (289 años después de su muerte) fue profanada la tumba, extrajeron la cabeza y la volvieron a exponer, esta vez en la iglesia de San Dustane, en Canterbury, hasta no hace mucho.

Exhuma que algo queda. O no.

Seguimos viajando hacia atrás, y continuamos en la rubia Albión. Los exhumadores no descansan. Encontramos ahora al reformador religioso John Wyclef (1324-1384) que fue a juicio 44 años después de muerto.

En el Concilio de Constanza, celebrado en 1415, el tribunal que le juzgó le halló (¡menudo sorpresón!) culpable de herejía.

John Wyclef

Su cadáver fue exhumado, quemado y sus cenizas fueran desperdigadas a los cuatro vientos. No quedó ni una brizna a la que rendir homenaje.

Otro Thomas, otra vez Canterbury

Damos un nuevo salto hacia atrás y, adivinen, sí, continuamos en Inglaterra. Parece que hay algo en los genes de los anglos que les impulsa a escarbar y sacar huesos a la luz.

Ahora hablamos de Thomas Becket (1118-1170), arzobispo de Canterbury. O Santo Tomás Becket, ya que también es santo y mártir. Llamarse Thomas y ser obispo de Canterbury parece ocupación de alto riesgo.

Thomas Becket

Tuvo fuertes disensiones con el rey por motivos que no son objeto de este artículo. Fue asesinado en la catedral por cuatro caballeros siguiendo las instrucciones expresas del rey Enrique II Plantagenet o porque así lo entendieron como su deber aquellos cuatro individuos.

Fue declarado santo tres años después de su muerte. Pero lo que hace que esté presente en este recopilatorio es que Enrique VIII (sí, de nuevo, Enrique VIII) ¡300 años después de su muerte! consideró que seguía teniendo mucha influencia y sus ideas eran nocivas, de modo que, ni corto ni perezoso, decidió exhumar el cadáver, acusarlo y juzgarlo como usurpador del poder papal.

Fue encontrado culpable, una nueva sorpresa, y sus huesos quemados en público. Ya decíamos al principio que el poder siempre encuentra un jurado, un tribunal, una toga, que coincide en su veredicto con sus siniestros deseos.

En la Roma papal, también.

Y para terminar este lúgubre recorrido sobre exhumadores sin fronteras, salimos (por fin) de Inglaterra y nos vamos a la Roma de los papas.

Allí nos encontraremos con Formoso que tuvo una vida difícil antes y después de ser nombrado Papa. Su regencia al frente de la iglesia fue corto, de 891 a 896. Previamente al papado tuvo una actividad muy intensa, en 1864 fue consagrado obispo de Porto y se encargó de misionar para evangelizar a germanos, francos y búlgaros, teniendo mucho éxito en la conversión de estos.

Los problemas para Formoso comenzaron cuando fue nombrado papa Juan VIII, a cuya elección se había opuesto Formoso. El nuevo papa expulsó de su diócesis a Formoso, le obligó a exiliarse y además lo excomulgó (era de gatillo fácil Juan VIII y excomulgaba en un decir Jesús, y perdón por el chiste fácil) por haber coronado rey de Italia a Arnulfo, en contra del deseo e intereses, sobre todo, del papa.

Trifulcas a mogollón

A la muerte de Juan VIII, el nuevo papa le levantó la excomunión y le restituyó el obispado de su diócesis, cargo que ocupó hasta ser elegido papa en 891. Siendo papa coronó como emperador tanto a Guido de Spoleto como a su hijo Lamberto -quédense con este nombre- aunque ya habían sido designados previamente por el predecesor de Formoso, el papa Esteban V.

Aquellos nombramientos crearon tal descontento y trifulcas en Roma que el papa se vio obligado a pedir ayuda a Arnulfo de Baviera; sí, aquel al que coronó rey y le costó un disgusto con Juan VIII.

En agradecimiento por su ayuda, Formoso coronó emperador, también, a Arnulfo. Y aquello sí que generó odio en los rivales, especialmente en Lamberto de Spoleto (el que les pedí que no olvidaran).

Las revueltas siguieron y, a la muerte de Formoso, en abril de 896, el rencoroso Lamberto forzó al nuevo papa, Esteban VI, a exhumar a Formoso en febrero del año siguiente, y juzgarlo. Los exhumadores no paran nunca.

El Concilio Cadavérico

En aquel supuesto juicio, que ha pasado a la historia como “Concilio Cadavérico”, “Sínodo del Terror” y “Sínodo del Cadáver”, Formoso fue acusado de un sinfín de cosas, desde que era obispo en Porto hasta el final de sus días, entre las que se encontraba, por supuesto, el nombramiento de Arnulfo.

El Concilio Cadavérico

El papa Esteban VI, el títere de Lamberto, fue el fiscal en aquel proceso. Como pueden adivinar, fue encontrado culpable de todos los cargos. Al cadáver, que “asistía” como acusado al juicio, se le informó que se declaraba nulo todo su papado, se le despojó de todos los atributos papales y sus restos se arrojaron al Tíber.

El cuerpo fue recuperado en secreto por unos fieles y guardado. El papa Juan IX, en 898, lo rehabilitó, declaró válido su reinado y el cuerpo pudo, por fin, ser enterrado definitivamente.

Exhumaciones por odio

La historia de las exhumaciones de personajes famosos es larga, aunque ha habido por diferentes razones, desde rendirles honores hasta hacerlo por amor. Aquí hemos recogido solamente algunos de los que lo han sido por venganza y odio, que es lo que está de moda.    

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