Nueve ovejas y un chivo

Nueve ovejas y un chivo

Hay mucha relación entre todo esto de las plandemias y el mundo pecuario.

Por ejemplo, la terapia experimental la llaman «vacuna». Las vacunas reales las inventó Edward Jenner, contra la viruela. Observó que las personas que ordeñaban las vacas contraían la viruela de las vacas, mucho más leve. Pensó en inocular ese virus vaccinia, en personas, y, efectivamente, pasaban una enfermedad mucho más leve y luego quedaban inmunizados frente a la viruela humana, mucho más letal.

Como estas inoculaciones no actúan de ese modo, han tenido incluso que cambiar la definición de vacuna.

Luego tenemos las ovejas. Palabra que tiene muchos sinónimos: borrego, cordero, añojo, ternasco. Pero tienen esas palabras otras acepciones: apocado, necio, memo, tonto, infeliz, pusilánime. En resumen: «personas que obedecen ciegamente la voluntad de otros», dice el diccionario.

Famosa es la película «el silencio de los corderos», donde el caníbal habla de esos pobres seres callados, silenciosos, que van al matadero obedientemente.

¿Qué pasa con el chivo?

Procedente de la religión judía, en que un pobre chivo cargaba (expiaba) con los pecados del pueblo, es el término «chivo expiatorio», utilizado universalmente.

Un chivo expiatorio es la denominación que se le da a una persona o grupo de personas a quienes se quiere hacer culpables de algo con independencia de su inocencia, sirviendo así de excusa a los fines del inculpador.

De manera más específica, este apelativo se emplea para calificar a aquellos sobre quienes se aplica injustamente una acusación o condena para impedir que los auténticos responsables sean juzgados o para satisfacer la necesidad de condena ante la falta de culpables.

Esto está copiado de la Wikipedia pero es que, a veces, hasta la Wiki lo hace bien.

9 ovejas y un chivo

En España, en cifras redondas, de cada diez personas, 9 han sido clavadas y una no.

A los creadores de la plandemia les urge que no haya gente sin vacunar para evitar que haya un grupo de control que permita comparar los efectos del veneno entre los inoculados y los purasangres. Pero eso no lo pueden decir así de claro.

Y entonces surge el chivo expiatorio, el que tiene la culpa de todo: de que el virus se extienda, de que las «vacunas» no funcionen, de que la plandemia no se acabe, es el responsable de las «olas» y del asesinato de Kennedy.

Mensajes de odio

Del mismo modo que los judíos antiguos corrían a pedradas al chivo por el desierto, los medios de comunicación han recibido el encargo de «hacer la vida imposible» a los chivos expiatorios, llamarlos «asesinos», «insolidarios», «bebelejías», «estúpidos», y un sinfín más de mensajes de odio.

Las ovejas, como siempre, se lo creen todo.

Hay que recordar, una vez más, a Antonio Machado: «En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa».

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