Ramas

Siempre conviene tener por donde irse. Cualquier excusa es buena para tomar una foto.

Irse por las ramas

La expresión «irse por las ramas» indica alejarse del tema principal, del tronco de la cuestión.

Las ramas se alejan del tronco, la parte principal, para extenderse hacia el sol y alcanzar así su objetivo.

Un día vi ponerse el sol

-¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!

Y un poco más tarde añadías:

-Sabes… Cuando uno se encuentra tan triste, gustan las puestas de sol…

-¿Tan triste estabas el día de las cuarenta y tres veces?

Pero el principito no respondió.

(«El principito», Antoine de Saint-Exupéry)


Yo no estaba triste cuando vi aquel día ponerse el sol, y lo vi una sola vez. Estaba con mi mujer y fue en Nerja.

Algo oscuro, casi negro

Me gustaba -y me gusta- mucho el Peñón de Ifach. Me parecía -y me parece- algo imponente. Siempre me apetecía -y ya no me apetece- visitarlo.

Peñón de Ifach, un lugar bello, pero oscuro, casi negro.

En el verano de 2016 salieron a la luz las oscuras prácticas que se han venido haciendo a su sombra, y nunca mejor utilizado el término.

Diario Información. El País. Agencia Efe. Diario Levante. Íker Jimenez. ABC. La Nueva España.

Cuando lo visité la última vez aún no tenía conocimiento de todo este macabro asunto, pero de entre las fotos que tomé había una, ésta, que me hizo pensar en el título que he dado a la entrada, recordando la excelente película de Daniel Sánchez Arévalo «AzulOscuroCasiNegro«

Como dije al principio, me parece muy bonito e imponente, pero ya no me apetece volver allí. La energía que se concentra en ese lugar es algo oscuro, casi negro.

Abuelita Pepsi

Se llamaba Isabel, era mi abuela paterna. Hace mucho que murió y, aunque la foto se la tomé yo, su recuerdo se va deshaciendo como jirones de niebla y se va perdiendo entre brumas.

La abuela de la Pepsi

Pese a que los recuerdos se disipan, hay detalles puntuales que se aferran con fuerza y no se van. Recuerdo que hablaba con los locutores de la tele.

Y que a veces tenía «el ruido», al parecer algo que la trastornaba porque le sonaba el oído (¿sería un acúfeno?) y entonces había que dejarla sola, sentada a oscuras en su habitación.

También recuerdo que tenía que comer y cenar a su hora exacta. Si se retrasaba un poco por algún motivo, le sentaba mal.

La solución que tenía mi tía Carmen, que era con quien vivía, era sencilla: cambiaba la hora en el reloj y, entonces, ya no había problemas con la digestión.

Heredé de ella la afición por la cola. Por las bebidas de cola, quiero decir, no por el pegamento ni por los rabos de los perros u otros animalillos.

Tanto para ella como a mí, las digestiones eran (son) mejores con cola. Pero mi abuela era muy «pija» y tenía que ser PepsiCola, otras marcas le iban mal.

Yo soy más basto y me valen todos los refrescos de cola. Incluso las marcas blancas. La raza degenera.