Las modas cambian, el lenguaje también, pero la estupidez perdura.
Hace tiempo, la Inquisición obligaba a algunos que habían cometido (según ella, claro) ciertas faltas o pecados a llevar una especie de cucurucho en la cabeza para que la gente supiese de su falta y se burlase de él. Igual que los nazis ponían la estrella amarilla a los judíos o los covidianos querían marcar a los que no se habían vacunado, para su escarnio y limitar sus derechos.
Con el tiempo, se llamaba tonto de capirote a cualquiera que no fuese muy despierto. Cosas de niños y de colegios. Ahora ya han desaparecido los tontos de capirote. Aunque no los tontos, claro.
Y por aquello que decía que las modas y lenguaje cambian, ahora se utilizan palabras a barullo que vienen a salvar el planeta. Las puede encontrar en cualquier sitio, especialmente en la televisión, en la radio, en la prensa o cualquier medio de comunicación. Pero si no quiere molestarse, basta con que abra el frigorífico y se encontrará «cienes» y «cienes»: resiliente, inclusivo, sostenible, friendly, plural, paritario, reciclable, integral, etc.
Todo esto, que no sirve para salvar al planeta de nada, pero sí pero para quedar bien y sacar pasta al consumidor y, tendría un pasar si ese pobre consumidor tragase, pagase y a otra cosa. Pero lo malo es que la mayoría (que se va reduciendo, gracias a Dios) se lo cree.
Y se siente superhéroe defensor del planeta cuando ve que el tapón del yogur es de origen vegetal y que, además, ahora va pegado (incomodísimamente) a la botella, «para facilitar su reciclaje». Quizás no sepa que toda esa basura -que eso sí que es un problema y no el cO2- en lugar de reciclarse, como prometen, se manda en contenedores a países del tercer mundo. Y por allí andan esos tapones, unidos o no a la botella.
Y el consumidor, ese superhéroe anónimo, se siente feliz cuando lee resiliente aunque no sepa lo que es. Vamos que tiene capacidad de adaptación a una situación diferente.
Las cosas cambian, pero los tontos sobreviven. Tontos de capirote, pero resilientes.