Como el ave solitaria

Como el ave solitaria
Yo nací para cantar,
Es para mi la aventura
Como una fruta madura
Que me gusta saborear.
Hace tiempo solté amarras
Con el mundo familiar.
Me fui volviendo cigarra
Por culpa de una guitarra
Y amor a la libertad.

Me gusta ir volando bajo
Para cantarle a destajo
Al viento, al cielo y al mar.
De noche echarme en la huella
Para contar las estrellas
Y ver el alba llegar
Como el ave solitaria
Yo nací para cantar.

A veces soy como un paria
A solas tengo que andar
Ah, lo que vale un amigo
Cuando te ofrece el abrigo
Cuando comparte su pan
Casi siempre es solidaria
El alma con la amistad
Porque es ella quien valora
Lo que cuesta cada hora
De constante soledad.

Me gusta ir volando bajo
Para cantarle a destajo
Al viento, al cielo y al mar.
De noche echarme en la huella
Para contar las estrellas
Y ver el alba llegar
Como el ave solitaria
Yo nací para cantar.

Sé muy bien que es necesaria
La rama donde anidar.
Mi canto en un atropello
Se enredó en unos cabellos
Y no lo quise soltar.
Hasta el ave solitaria
También se deja atrapar.
En la cárcel de unos ojos
El amor echó cerrojos
Y fuimos dos a cantar.

Me gusta ir volando bajo
Para cantarle a destajo
Al viento, al cielo y al mar.
De noche echarme en la huella
Para contar las estrellas
Y ver el alba llegar
Como el ave solitaria
Yo nací para cantar.

Bayas donde vayas

¡Vaya valla que saltó el caballo bayo allá por Valladolid!

Recuerdo los dictados de mi maestro, Don Maximiliano; esa frase formaba parte de ellos.

Y paseando a mis perros me encontré las bayas. Lo pensé inmediatamente… ¡Vaya, vaya! valla donde valla, hayaré bayas.

Helas aquí.

Oxímoron por los suelos

Un imperdible perdido. Un oxímoron. Eso me encontré ayer en un paseo autorizado por la ley. Y es que antes se paseaba uno (ese uno soy yo, claro) cuando le apetecía o se lo permitían sus múltiples achaques. Y ahora es cuando los políticos quieren con sus ilegales estados de alarma.

Ahora la caminata es como los toros, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide.

Porque vivo en otro oxímoron llamado estado de alarma, que es un estado de derecho sin algunos derechos, en que los hunos, que mandan, se reúnen con los hotros, que quieren mandar, y pactan las limitaciones de mi libertad.

Esas libertades cambian más que el tiempo; cada 15 días me dicen si se prorrogan o han cambiado. Además, dentro de esas quincenas también son variables, según la hora, según la edad, según la localidad en que vivas, según lo que decida el delegado gubernamental de turno…

Es una democracia, sí, pero orgánica. Vamos, que es democracia dependiente de lo que le salga a alguien del órgano. Más oxímoron.

En la mitad de los 70 del pasado siglo, muchos soñábamos con que llegase la utopía de la democracia. No sabíamos que sería una utopía distópica.

El caso es que me he encontrado con que se había perdido un imperdible, y creo que es un símbolo de este tiempo que estoy viviendo, en que se han perdido derechos que eran imperdibles.

«Un oxímoron feliz» escribiría hoy Aldous Huxley.

Jazmines en el pelo

Había jazmines en un jardín vecino, jazmines que se abrían paso entre las rejas y salían a la calle a saludar, educados, a los peatones que circulábamos, atareados en nuestras cosas, sin reparar en ellos hasta que, alguna vez, percibíamos el aroma, al menos yo, y me paraba a devolverles el saludo.

Hablo en pasado porque el jazminero ya no está. Una maldita reforma se lo llevó por delante, y ahora, cuando transito por allí, echo de menos su perfume, y a mi madre, a la que tanto gustaban estas flores y yo le traía cuando era pequeño.

Cuántas cosas puede evocar algo tan pequeño. Porque, incluso, alguna vez, continúe mi camino tarareando (mentalmente, porque pocas hay que haga tan mal como cantar) la «Flor de la Canela», esa preciosa composición de Isabel «Chabuca» Granda aunque yo la prefiero, respetuosamente, por Dona Maria Dolores Pradera que nos dejó hace ahora dos años. Y también me acuerdo de ella.

Por recordar, hasta recuerdo a Forges, el genial dibujante, que se fue dos o tres meses antes que Doña María Dolores. Me vienen a la cabeza sus chistes, en los que, ocasionalmente, incluía textos de canciones y una de ellas era, precisamente, La Flor de la Canela.

«Jazmines en el pelo y rosas en la cara
Airosa caminaba la flor de la canela
Derramaba lisura y a su paso dejaba
Aroma de mixtura que en el pecho llevaba…»

La dejo aquí para que nadie tenga que molestarse en buscarla.

¿Está el abuelo?

Entré en un modesto bar de pueblo perdido y allí estaba el bastón del abuelo.

No sé qué abuelo sería, pero suelen ir persiguiendo a sus bastones, que avanzan por delante de ellos y nunca los alcanzan.

Cuando yo llegaba a casa, a veces encontraba el bastón apoyado en una pared y ya sabía que mi abuelo estaba allí.

Mi padre lo heredó de él y yo de mi padre. Todavía no estoy necesitado de utilizarlo, pero me falta poco. Muy poco.

El Dúo Dinámico tenía una canción que se llamaba así, «El bastón del abuelo». Y está aquí:

Balcones anticovid

No son balcones al uso. Parecen balcones diseñados para la plandemia.

Son como cápsulas de confinamiento invididual. No los hicieron más pequeños porque no cabía el albañil.

También pueden servir para poner en cada uno de ellos un policía. La famosa policía de los balcones, esa que se encarga de insultar y abroncar a los vecinos que no cumplen las normas lanares impuestas anticonstitucionalmente.

  • Eh, tú, súbete la mascarilla…
  • ¿Pero cuántas veces vas a sacar al perro a mear?
  • ¿No habías ido ya hoy a por el pan?
  • Asesino, que nos vas a matar a todos…

Y así.

¡Rayos, mil rayos!

¡Rayos! ¡Rayos! ¡Mil rayos!

Esa es una expresión que me acompaña desde pequeño, cuando empecé a leer a «Mortadelo y Filemón«. Una exclamación típica en ellos y que siempre me ha hecho gracia. Al igual que «¡Por el Gran Batracio Verde!», que decía Goliath, el compañero de El Capitán Trueno. Y tantas otras.

Hace unos días llovió con ganas. Y hubo rayos. No sé si mil, yo creo que menos. Pero me acordé de Mortadelo y Filemón cuando tomé la fotografía.