La muerte y el paraíso
Hace ahora 20 años que la muerte visitó mi casa una vez más. En aquella ocasión, en 1995, fue para llevarse a mi padre, tras una durísima agonía.
En aquellos días eternos, tristes, salados y amargos, mis hijos también defendían a su abuelo de la forma que sabían.
La herramienta de mi hijo Jose, el mayor, era el dibujo. Hoy es dibujante en la revista El Jueves.
Entonces, con trazos todavía ingenuos y en formación, lo que hacía era dibujar a su abuelo vivo, muy vivo, rodeado de aquellas cosas que le daban la vida precisamente.
Su perro Quirón, su gato Atila, sus caverneras… y su eterna bicicleta, aquella que limpiaba y mantenía en perfecto orden de revista aunque ya no la usaba hacía años porque su salud no se lo permitía.
No sirvió de nada aquel dibujo y la señora de negro se lo llevó.
No, no es cierto, sí que sirvió. Nadie muerte realmente mientras alguien lo recuerde, y aquel dibujo ayudó a mantener vivo su recuerdo.
Hoy, por ejemplo, al encontrarme el dibujo y motivarme a escribir estas líneas en el blog hacen que reviva otra vez con fuerza.