Hay frases que debrían escuchar los políticos.

«A veces se lucha por estar en el candelero y se acaba colgado de una farola»
Como decía Stanislaw Jerzy Leck
Para reír o llorar, depende
Hay frases que debrían escuchar los políticos.
«A veces se lucha por estar en el candelero y se acaba colgado de una farola»
Como decía Stanislaw Jerzy Leck
Supongo que Gian Lorenzo Bernini no me perdonaría haber puesto un filtro a la fotografía que tomé de su Baldaquino, pero…
Mire usted, a veces la tentación le puede a uno. Que el Vaticano me perdone, para eso es su oficio.
«El que espera, desespera», dice el refrán. Y es verdad.
Pero los refranes, sentencias, aforismos y demás, son cosa de humanos. No de ellos. Lo peludos de cuatro patas se pasan la mayor parte de su vida esperando, esperándonos.
Y sin desesperar.
No es un cuadro. Es una ventana.
La cúpula del Ayuntamiento de Cartagena, desde una ventana del Museo del Teatro Romano. Marzo de 2016.
Este anuncio es solo una muestra más de la hipocresía aceptada por todos, por mí también hasta hace algún tiempo.
Representar algo como una carnicería, que hasta la palabra resulta horripilante si se piensa o se dice detalladamente, con un cerdito feliz, alegre y contento.
Resulta, claro, anticomercial mostrar como es la realidad: un animal que quiere vivir, inteligente como un niño de 3 años según han evaluado los científicos.
Se maltrata, tortura, asesina, desangra y trocea al cerdito feliz para satisfaces nuestro apetito.
Apetito y no nuestra hambre, la cual se puede saciar con otras cosas más saludables y totalmente incruentas.
Debemos seguir las reglas y mostrar la ficción de que los animales están felices de darnos su leche, su lana, su piel, sus hijos, su felicidad, su bienestar y su vida.
La vaca que ríe, el cerdito feliz, el patito alegre, la oveja simpática…
En Sevilla vi, o mejor dicho, no vi, a este Hombre Invisible.
Me habría gustado verlo, y aún más, a su perrito, pero también resultó ser invisible. Soy más de perros que de gente.
Da gusto ver llover tras los cristales. O seguir detrás de los cristales cuando ya ha pasado la lluvia y hace frío.
Y sobre todo, lo que da mucho placer es estar en Cartagena. Al menos a mí.