Las delicias de Tarzán

Su nombre científico es Ficus macrophylla Desf. ex Pers. pero como resulta difícil de llamar así, en términos coloquiales es el Árbol de Las Lianas.

A mí me ocurre algo parecido, mi nombre es José Francisco pero como resultaba incómodo para el día a día, terminaron llamándome Jotaefe.

El árbol de las lianas, Jardines de Murillo. (Higuera de Bahía Moreton)

El origen, el del árbol, no el mío, está en Australia y, muy especialmente -que ya es afinar- en la isla de Lord Howe, aunque donde yo lo vi fue en los Jardines de Murillo, en Sevilla.

Para poder hacerse uno la idea del tamaño que tiene era preciso poner cerca algo o alguien que nos ayude. Le pedí a una mujer que posara junto al tronco y ella accedió amablemente.

El que sea la mía quizás influyó en algo, supongo. El caso es que no pude sacarlo entero por la altura del dicho árbol de las lianas, aunque yo sospecho que ese nombre es cosa de los sevillanos porque su nombre vulgar, de verdad, es Higuera de Bahía Moreton, en Queensland, Australia, de donde procede, como se dijo antes.

Sea su nombre correcto o no, a Tarzán le habría gustado, seguro.

El rey del vertedero

Es así de guapo y es el rey.

El rey del vertedero

Vive en un vertedero, que es donde está tomada la foto, con zoom, porque es un rey desconfiado (es un gato feral) y no se fía de los humanos y hace bien.

Si la foto la hubiese tomado enfocando un poco más abajo, el paisaje habría sido menos bonito: basura, desechos, detritos. Pero de eso precisamente se alimenta y vive; por eso es el rey de aquel entorno. Y eso me recordó un soneto de Francisco Luis Bernárdez que dice:

Si para recobrar lo recobrado
Debí perder primero lo perdido,
Si para conseguir lo conseguido
Tuve que soportar lo soportado,

Si para estar ahora enamorado
Fue menester haber estado herido,
Tengo por bien sufrido lo sufrido,
Tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado
Que no se goza bien de lo gozado
Sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
Que lo que el árbol tiene de florido
Vive de lo que tiene sepultado.

¿Dracarys?

«Soy Daenerys de la Tormenta de la Casa Targaryen, de la sangre de Aegon el Conquistador y Maegor el Cruel, y antes que ellos de la antigua Valyria. Soy la hija del dragón y madre de dragones». 

Esa es la presentación de la heroína rubia de Juego de Tronos, la Khaleesi.

Pero, por mucha Khaleesi que sea, seguro que le cuesta meter todo eso en una tarjeta de visita normal, y más le valdría ser un poquito más modesta y austera, pero no seré yo quien se lo diga, por si le da por gritar «¡Dracarys!» (que como todo el mundo sabe, en valyrio significa «fuegodragón». Y si no lo sabe, que se informe aquí)

Bueno, empecemos por el principio. El caso es que me encontré al que podría ser Drogon en un paseo por la playa, con las llamas preparadas para lanzar su famoso chorro de fuego. Tenía cara amigable pero, por si acaso, no fui capaz de decir «Dracarys». Nunca se sabe.

Luego vi un cartelito y quedó claro que no era Drogon. Era obra de un artista callejero, el cual explicaba que no hacía las esculturas sólo para que se le hicieran fotos, que también necesitaba sobrevivir. De modo que, ya más tranquilo, aporté mi colaboración económica al artista, tomé la foto y me fui.

Pero sin decir ni pío.

Señalética religiosa

Este cartel que vi en una iglesia me produjo mucho desconcierto. No supe cómo entenderlo. Y no me refiero a que no comprendiera el mensaje, que estaba claro como el agua… bendita, sino a su oportunidad o no.

Si hubiese tenido (yo) el día positivo, habría pensado «mira que bien, así está todo claro, la iglesia se moderniza y lo pone todo en orden, perfectamente marcado y señalizado».

Y si lo hubiese tenido malo, habría dicho «qué mal está la iglesia que tiene que indicar a sus feligreses lo que es cada cosa, no vayan a confundir la pila del agua bendita con una escupidera, por ejemplo».

Pero no lo tenía ni bueno ni malo, y salí de allí confuso. Todavía me dura el desconcierto.

También hay bancos honrados

Cuando leí (hace ya mucho tiempo, es verdad) esa frase de Bertolt Brecht que dice que «robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo» me pareció una frase ingeniosa pero una exageración. Entonces yo era joven e ignorante, y creía que también habría bancos decentes y honrados. Hoy ya creo que el único respetable es el de la especie que he fotografiado aquí.

El único banco honrado que conozco.

Hoy ya creo que Bertolt se quedó corto. Los fundadores de bancos han provocado esta mal llamada crisis, porque en realidad es una estafa, y todas las que se han producido anteriormente y las que vendrán. Crisis (llamémoslas así para entendernos coloquialmente) que han causado la desgracia y la muerte de millones de personas.

Si alguien ha llegado hasta aquí leyendo y cree, como yo creía entonces, que se trata de una exageración, puede pulsar este enlace:

Con tiempo, pues dura más de 5 horas, si ve este documental le aclarará muchas cosas. Advierto que cuesta un poco al principio, pero pronto «engancha» y se va haciendo cada vez más interesante. Entenderá por qué los gobiernos «rescatan» a los bancos, robando el dinero a los ciudadanos.

La caraba

En un paseo por donde estuvo la casa de mi infancia y donde hoy ya no hay absolutamente nada, salvo algunas basuras sueltas, me encontré este viejo arado. Recordé entonces el origen de la expresión «ser la caraba».

Dicen que en una humilde feria había una barraca donde se anunciaba la presencia en su interior de un ser extraño, fabuloso, misterioso… En el exterior, el charlatán correspondiente llamaba al público y cobraba las entradas para ver aquel maravilloso ser: La Caraba. 

Luego resultó ser una simple y anciana mula, bastante decrépita y derrengada. La justificación del charlatán al indignado público, para no tener que devolver el dinero porque no había engañado, es que era eso: la c’araba, ahora ya no araba, eso era antes, cuando era joven.

Supongo que será una leyenda sin base real detrás. A la primera ocasión, el charlatán habría acabado en la acequia más cercana, supongo. Pero bueno, el caso es que esta herramienta que fotografié sí que era «la c’araba».