Hace muchas noches, en pleno Noviembre y con un frío que pelaba al tiempo que anunciaba la llegada del “pelacañas”, mientras paseaba a mi perro para hacer su último pipí del día, oí cantar a un grillo. Efectivamente, un grillo, como Pepito. Estaba el tío ahí, dale que dale, con un par. Es decir, con un par de patitas traseras frotándolas contra un par de alitas delanteras.
Pensé que, o había encontrado el tomate de su vida, o era un despistado que no sabía el tiempo en que vivimos. Y es que la naturaleza es muy distraída.
La hoja distraída
Tuve la confirmación de ello cuando me encontré a una hoja, pendiente de un árbol en el aparcamiento que hay frente a mi casa. Allí estaba ella, como el grillo, viviendo una primavera próxima. Verde y sin caerse, en contra de lo que mandan los cánones otoñales.
Creo que pronto legislará este gobierno, tan amante del orden y las buenas costumbres, prohibiendo estos actos de rebeldía y saldrá una ley que impida a los grillos cantar y a la hojas verdear en unos meses determinados del año.
Por nuestro bien, claro.