El baile de los pajaritos

Hay un «baile de los pajaritos» que nació en 1958 y ha tenido una larga trayectoria de éxitos en diferentes países. En el mío, España, tuvo su explosión exitosa en 1.981, de la mano de Maria Jesús y su acordeón.

Pero el baile de los pajaritos que a mí más me gusta es el que me ofrecen grupos de gorriones bajo mi ventana ocasionalmente.

No sé el motivo de por qué lo hacen pero, a veces, como digo, se reúnen a revolcarse en la tierra del patio del vecino.

Cierto es que el vecino tiene gallinas y es posible que haya grano suelto del que alimentarse también, pero su baile no está motivado por estar comiendo sino por querer rebozarse en tierra con fines que desconozco. 

El caso es que a mí me alegran el rato verles en su danza, sin acordeón ni nada.

No sé qué son

No sé qué pájaros son, ni sé si vienen de África o se van allí, dependiendo del invierno o la primavera. Tampoco sé si están aquí siempre y son fijos, de plantilla. No sé si cantan, silban o tararean «Despacito». No sé nada, vaya.

Bueno, sí sé que cuando salgo temprano a pasear a mis perros, siempre están ahí. Siempre.

Y parecen notas musicales sobre un pentagrama (de tres líneas, sí, ya sé que no sería un pentagrama, que seguro que alguien se indigna y hace algún comentario corrigiéndome; es una licencia poética que me tomo).

El caso es que me alegra verlos, de fondo escucho las ranas croar (en su época, claro), el asno del vecino rebuznar -en serio, tiene un asno, no es al vecino a quien me refiero- y el gallo cantar; ese siempre canta, no depende de las épocas.

Y aunque la foto es mala y está tomada con teléfono móvil malo, porque tengo dos, uno bueno y otro malo, como los polis de las películas, quise recogerlos en mi blog como agradecimiento por formar parte de la alegre banda sonora de mis madrugadas.