Para reír o llorar, depende
Fue en el desierto de Tabernas, en Almería, donde está la famosa ciudad donde se rodaban películas del oeste.
Entre las fotos que tomé estaba esta, y cuando le apliqué un filtro, cuyo nombre no recuerdo, se convirtió en una especie de cómic de vaqueros. Me gustó.
Es Frigiliana, un pueblo precioso, en Málaga, y a la hora de la siesta. Afortunadamente no era verano.
Y no es que yo tomase la foto desequilibrado porque hubiese perdido la horizontalidad, no. Es que era, es, así.
El día que estuve en la Plaza Navona no vi ni Ángeles ni Demonios, aunque puede que estuviesen, dado que había mucha luz y mucha oscuridad.
Lo que sí estaba, seguro, era el obelisco de Domiciano. Imposible no verlo.
Extrañas formas y sombras.
¿Grutas? ¿Piedra caliza? ¿estalactictas y estalagmitas?
No, una simple figura decorativa en el vestíbulo de un hotel.
Cartagena es una de las pocas ciudades del mundo, con más de tres mil años de historia, que sigue estando habitada.
Repitamos de otro modo. Ciudades con más de tres mil años de historia, las hay, claro. Pero ya están deshabitadas, son enclaves arqueológicos. Que sigan estando habitadas desde sus inicios, pocas. Además de Cádiz, no recuerdo ninguna.
En primer término, saliendo, el Patrullero «Infanta Cristina», con un ya largo historial de servicio.
En Santander vi a este perro, revolcándose en el suelo, feliz, y viva expresión de la alegría de estar vivo.
Recordé lo que decía Jodorowsky:
«Lo que llamamos felicidad es simplemente la alegría de estar vivo. Debemos separarnos de todas las personas y de todo aquello que no nos dé la alegría de vivir.»
No, no era un tastorno obsesivo compulsivo. Era un llamador antiguo.
Y pese a ser antiguo, era un llamador digital. Toc toc.
Más que digital. De hecho, la mano tiene hasta cinco dedos. Cinco veces digital. Toc toc.
Lo vi en un pueblo de la Axarquía, en Málaga.