Tormenta de verano

Entré al Museo del Teatro Romano de Cartagena con un sol espléndido. Cuando salí, un par de horas más tarde, me encontré con este ambiente de tormenta.

Aunque no se distingue, es el puerto y la Plaza de los Héroes de Cavite y Santiago de Cuba (espero que no digan que eran fascistas y hay que eliminarla, pero con los progres y la basura de ley de memoria histérica nunca se sabe).

Por cierto, que luego no cayó ni una gota y volvió a salir el sol al poco. Es decir, que no fue tormenta.

Para ser sinceros del todo, era marzo. De modo que ni era tormenta ni era verano. Pero, como a la mayoría de los periodistas, la realidad no me va a estropear un buen titular.

El cabo de las tormentas

El Cabo de Buena Esperanza es como conocemos hoy a esa puntita de África que tan difícil es rodear (doblar) a los marinos. Por eso, como era toda una hazaña, cada vez que lo lograban, se ponían un pendiente. Algo parecido a las estrellas que se ponen los futbolistas en el escudo de la selección cuando ganan un mundial. Antes, ver a alguien con muchos pendientes en la oreja nos decía que era todo un lobo de mar. Hoy nos dice que los pirsin están baratos.

Bueno, a lo que iba, Bartolomé Díaz, navegante portugués, fue el primero que lo dobló, y lo bautizó como Cabo de las Tormentas, lo que ya indicaba el tiempecito que solía hacer por allí. Como el hombre acojonaba un poquito, luego lo rebautizaron como Cabo de Buena Esperanza, mucho más positivo y alentador, dónde va a parar.

Cabo de Palos, el de las tormentas (a veces)

El Mediterráneo es mucho más tranquilo que aquellos parajes, aunque a veces tiene sus momentos también. Y alguna vez, sólo alguna, y muy de tarde en tarde, el Cabo de Palos se convierte en el Cabo de las Tormentas. Pero en seguida se le pasa.