En el Cortinglés no sé yo si será ya Navidad, pero en mi casa SÍ, y estamos en Marzo. Bueno, en realidad, en mi humilde morada siempre es Navidad, porque me gusta, y porque siempre hay algún adorno que se queda ya puesto para el año siguiente y así voy ganando tiempo.
Siempre es Navidad en mi casa
Cuando llegue Septiembre u Octubre y empiecen a salir en los medios la publicidad navideña, diré, como siempre «ya están aquí los retrasaos estos». Y que lo entiendan como quieran.
Me apetece disponer de mi tiempo (cuando me jubile, si es que vivo lo suficiente para eso) para cosas tan simples como deambular por las calles de mi ciudad a esta hora, cuando el sol acaba de levantarse y está bostezando todavía, buscando un café que le termine de despertar.
«El arroz a tu gusto», dice el cartel que aparece en la fotografía mañanera. Pues esa sería la vida a mi gusto: madrugar, pero para mí, no para otros; levantarme temprano por el placer de hacerlo, no por la obligación.
Pero, por ahora, el arroz sigue siendo a gusto de otros. ¿Cómo lo desea el señor… caldoso, socarrat, integral, a banda…?
Cuando paseo con mis perros me suelo encontrar objetos, personas o situaciones que me llaman la atención más o menos. He tenido dos perros, que ya no viven, lamentablemente, Arturo y Lanzarote, que eran especialistas en encontrar o detectar aquello que se saliese de lo, digamos, normal. Y otro, Nacho, que tenía especial habilidad en encontrar cosas… salvo perras. No se le escapaba una.
Arturo
Arturo era el campeón en eso. Un corredor (runner que se dice hoy) con atuendo más friki de lo habitual era suficiente para que se pusiese en guardia.
Una señora mayor con una melena de leona, bastaba para que él considerase que no era apropiada (según su criterio, claro, aunque a veces he de reconocer que coincidía con el mío) y gruñía al pasar cerca.
O un coche aparcado en un lugar poco habitual a una hora poco habitual, y que solían ser parejas buscando soledad y discreción para sus efusiones correspondientes, era razón suficiente para que se pusiese de «muestra», como hacen los perros de caza.
La lista es larga porque Arturo era un hacha para encontrar lo que otros no veían: pelotas, juguetes, comida, ramas especiales… y llevárselas a casa, claro.
Lanzarote
Lanzarote tenía también sus peculiaridades, aunque no tanto como su antecesor. A él le gustaba fijarse en los aviones en pleno vuelo, cosa que no he visto en ningún otro perro.
Y también detectaba pronto cualquier cambio que hubiese en el entorno con respecto a la rutina diaria, como por ejemplo la puerta de una arqueta de contador de agua que normalmente estuviese cerrada y un día, ocasionalmente, estuviese abierta.
Nacho
Nacho, contemporáneo de Arturo y fiel compañero durante muchos años, no se enteraba de nada. Salvo de que hubiese alguna perra en celo; para eso tenía un radar finísimo. De todo lo demás, pasaba por completo.
Merlín y Arquímedes
Los que tengo ahora, Merlín y Arquímedes, son mucho más corrientes y «van a lo suyo», o sea, a oler cacas y pipís de otros perros, algún pájaro muerto y poco más.
Pero hace unos días nos encontramos un bizcocho, y eso no es habitual. Estaba empezado, le faltaba un trozo y el resto estaba intacto en mitad del campo.
Imagino que no estaría muy bueno y, tras la cata, decidieron dejarlo allí. Ni Merlín ni Arquímedes hicieron intención de probarlo por lo que supongo que, de olor, tampoco estaría muy apetecible.
Pero yo apostaría a que Arturo no lo habría dejado allí así como así.
Leí que hay muchos tipos de ficus, y como no soy experto no me atrevo a decir de cuál es el mío. Porque eso sí lo sé, no es un ficus. Es mi ficus.
Llegó a casa hace muchos años, siendo una pequeña maceta. Luego creció y hubo de salir a la terraza. Allí siguió creciendo y se convirtió en un macetón.
Y llegó el día en que había que elegir entre no salir a la terraza o llevarle a él a otro sitio. Costó trabajo decidir entre las opciones que se presentaban; la elegida fue plantarlo en el campo, pero en una zona donde fuese visible desde casa, de modo que en un terreno cercano despoblado fue ubicado con la inestimable ayuda de mi amigo Salva, porque hubo que sudar mucho para abrir el hoyo. La tierra allí está durísima y hay muchas piedras.
Se le puso su correspondiente ración de estiércol en la base, antes de colocar el cepellón, se regó abundantemente y… a esperar.
Será que llega el invierno…
Llegó el invierno y, pese a los cuidados y los riegos, se estropeó. Algún hijo de vecino, le dio una patada y lo torció. No satisfecho con eso, otro día le arrancó un par de ramas. Y las hojas se le fueron cayendo casi todas, no sé si por el maltrato, por el trasplante, por el invierno o por todo a la vez.
El caso es que apareció pelado, torcido y mutilado. Quedó entre penoso y lamentable. No era ni la sombra de aquel árbol vigoroso, verde intenso y de hojas brillantes que vivía en mi terraza.
Lo enderecé, le puse un tutor, maldije a los vándalos que lo habían atacado y… lo di por muerto.
Volvió la primavera
Terminó el invierno, llegó la primavera y ¡oh, sorpresa! empezaron a salir hojas, en las ramas que le quedaron, claro.
En el lugar de las ramas arrancadas lo que había y hay es un triste hueco. Cuando llegó el calor reanudé los riegos. En pleno verano cada día una garrafa de agua, o dos. Y en el mes de vacaciones vengo de la playa un par de días a la semana para regarlo. Así ha ido creciendo de nuevo.
Y ha creado su propio hábitat. Junto a la base, puse un recipiente que renuevo de agua a diario y se ha convertido en abrevadero para gatos, perros, pájaros y hasta avispas. También han crecido muchas plantas en su base, y eso ha convertido aquel rodal en hogar de multitud de insectos.
Ahora ha llegado el invierno de nuevo y ha perdido parte de su color verde brillante, lo combina con el amarillo parduzco que le inoculó el otoño. Supongo que cuando llegue, de nuevo, la primavera, volverá a reforzar su crecimiento y aumentará el número de hojas.
También han salido dos conatos de nuevas ramas que se detuvieron al llegar el otoño y no sé si continuarán.
Dicen que las palomas torcaces antes se veían poco por las ciudades pero que, al ir despoblándose el campo tanto de habitantes como de árboles han ido acercándose a las poblaciones para buscarse alimento y cobijo.
No sé si es cierto o no, pero sí que cuando yo era pequeño apenas las veía y ahora, en cambio, las tengo muy presentes en mi entorno.
Ésta, por ejemplo, estaba al otro lado de mi ventana, junto con otras compañeras. Bienvenida, columba palumbus.