Me apetece disponer de mi tiempo (cuando me jubile, si es que vivo lo suficiente para eso) para cosas tan simples como deambular por las calles de mi ciudad a esta hora, cuando el sol acaba de levantarse y está bostezando todavía, buscando un café que le termine de despertar.
«El arroz a tu gusto», dice el cartel que aparece en la fotografía mañanera. Pues esa sería la vida a mi gusto: madrugar, pero para mí, no para otros; levantarme temprano por el placer de hacerlo, no por la obligación.
Pero, por ahora, el arroz sigue siendo a gusto de otros. ¿Cómo lo desea el señor… caldoso, socarrat, integral, a banda…?
Puta vida.