Paseaba una noche el marqués entre geranios y azaleas del jardín de su casoplón, no por espíritu romántico, sino por revisar el trabajo del jardinero. Como aquel tiñalpa proletario no hiciese bien las cosas, lo pondría de patitas en la calle.
De repente, de entre caléndulas y camelias, apareció un elegante personaje, con capa y todo.
- ¡Ostras! ¿quién eres tú?
- Tranquilo, marqués, soy noble, como tú… ¡soy el conde Drácula!
- ¿Y cómo te han dejado pasar los cincuenta picoletos que me protegen?
- ¡Hombre! No he llegado con mi forma humana, claro. A los murciélagos y vampiros no nos detienen. Todavía.
- ¿Y qué quieres? ¡No vendrás a cantarme por Manolo Escobar! ¡Que te pongo una denuncia que te baldo!
- No, marqués, no. Vengo a buscar trabajo, que ando un poco canino últimamente.
- Pues yo pago poco y mal, además el servicio lo tengo cubierto. Si quieres te puedo poner en la lista de espera de las paguitas…
- No me has entendido. Yo quiero que me incluyas en las listas de tu candidatura próxima. A ver si puedo entrar a trincar.
- No sé yo si tu perfil encaja bien con nosotros. Se te ve muy antiguo y fino.
- Mira, si es por el aspecto me puedo poner vaqueros y dejarme rastas, pero yo me prefiero a mis habilidades. En tus listas hay o ha habido pederastas, explotadores sexuales, traficantes de drogas, asesinos, terroristas, agresores, injuriadores, calumniadores, malversadores, corruptos, defraudadores a la seguridad social,… en fin, casi de todo. Pero, que yo sepa, vampiros no tenéis.
- Te equivocas, conde, te equivocas. Si de algo tenemos de sobra es quien viva chupando la sangre a los demás.
Al conde se les transfiguró la cara en un rictus de rabia, se convirtió en murciélago y salió volando por encima del muro.
El marqués sacó el móvil y dijo «Voy a llamar al ministro para que me instale también una red antivampiros»…