
Cuando hago pan, me gusta ponerle ajonjolí. Gana en sabor, y a mi familia también le gusta.
Pero, además, íntimamente, lo hago por el placer de decirle eso de ¡Ábrete, sésamo!
Para reír o llorar, depende
Cuando hago pan, me gusta ponerle ajonjolí. Gana en sabor, y a mi familia también le gusta.
Pero, además, íntimamente, lo hago por el placer de decirle eso de ¡Ábrete, sésamo!
Las relaciones tradicionales o folclóricas de los vikingos con los cuernos son muy estrechas, pero, de las dos principales que hay, una es falsa y la otra no está muy claro que sea cierta.
La primera es la de la presencia de cuernos en los cascos. Esa es completamente falsa.
Nunca llevaron cuernos en sus cascos y yelmos. Está totalmente comprobado por los útiles encontrados en enterramientos y otros restos excavados.
Ni un solo caso vikingo llevaba cuernos. Entonces ¿de dónde viene esa creencia?
Inicialmente, allá por 1820, August Malmström, pintor sueco, ilustró el poema épico Frithiof’s Saga y, para dar mayor ferocidad y agresividad a aquellos terribles guerreros del norte, añadió cuernos a sus cascos.
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