Ómicron es otra letra más del alfabeto griego y ¿otra variante más? del malvado virus mutante.
La cosa es que parece que hay urgencia por gastar muchas banderillas porque las que no se pongan en diciembre y enero próximo habrán de destruirse, cosas de licencias o algo así.
Se autorizaron para su uso por urgencia pero… la fecha de la autorización caduca. Y no se han vuelto a autorizar, no se sabe muy bien porqué.
Y ahora, los medios de desinformación van, a calzón quitado, metiendo aún más miedo con esta nueva variante para que la gente vaya al pinchazo.
Y la peña está cada vez más mosca. Son ya muchos sanitarios los que dicen que no se vacunan.
Aquí vamos a por la tercera dosis, los hijos de la Gran Bretaña, Israel y otros sitios por la cuarta… y hay cada vez más casos desde que se comenzó con las inoculaciones.
Y hay trombosis a barullo, miocarditis y pericarditis a tutiplén, infartos a cascoporro, síndromes de Guillem-Barré, arritmias, inmunodepresiones y efectos secundarios variados.
Pero hay explicaciones para todo en la prensa: que si el cambio de hora, que si el sol, que si las arritmias hereditarias, que si las vitaminas, hoy acabo de leer que el estrés post-pandemia también… explicaciones mil, salvo las llamadas vacunas.
Por supuesto está el Ómicron, que es más malo que la quina. Y el villano por excelencia es el no vacunado. Aunque queden pocos, da igual, ellos son los culpables. En Gibraltar, con el 100% vacunado, vuelven a los confinamientos. Debe ser que hay algún mono sin vacunar.
En Portugal, otro país con el 90% vacunado, aumenta las restricciones por el aumento de casos. El día que vacunen al último luso, seguramente, se activarán las vacunas del resto de los portugueses, y desaparecerá el bicho. Seguramente.
¿Y la solución cuál es? Vacunar, vacunar, vacunar. ¡Que hay mucha pasta en juego!
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