Es curioso, pero siempre sobran árboles. Siempre hay buenos motivos para eliminarlos y nunca los hay para plantarlos. En todo lugar, en cada circunstancia y por cada agente actuante, siempre sobran árboles.
Una triste verdad
Si se hace una carretera, hay que talar árboles por donde pasa. Y si ya está hecha, hay que talar los árboles que había a los lados, por seguridad vial. Si se urbaniza, hay que eliminar los árboles para construir las casas, y si el terreno no es urbanizable, algún oportuno incendio forestal se encargará de que lo sea después. Y hasta he visto que en alguna urbanización ya existente que iba a hacer reformas, cortaba tooooodos los pinos de una calle para que no estorbaran a los camiones de los reparadores.
Se talan árboles para crear terreno cultivable, para criar pasto para la ganadería, para hacer pistas deportivas, para obtener madera, para hacer papel, para sanearlos porque están demasiado secos, o demasiado juntos, para hacer leña y venderla clandestinamente, o para que no aniden los pájaros y manchen con sus cagadas… la lista es tristemente larguísima. Pero sea legal o no la tala, parece que nadie está obligado a reponer esos árboles plantando otros.
Y no pensemos en que siempre son empresas o colectivos con intereses más o menos oscuros. El gen destructor de árboles lo llevamos todos (o casi todos, por dejar una puerta abierta al ofendido y aludido de turno), a nivel individual.
He visto a una anciana venerable regar a diario con lejía una enorme higuera del jardín comunitario, para secarla porque estorbaba para los juegos de sus nietos. Por suerte, ganó la higuera. Y al vecino empeñado en talar una majísima palmera porque le tapaba parte de la vista desde su terraza. Se salvó por los pelos, al estar protegida y tener sanción; al final se trasplantó a otra zona.
Estamos cavando nuestra tumba con nuestros propios dientes. La venganza de la tierra puede ser lenta, pero es segura. El clima es el ejemplo más claro e impactante con sequías, inundaciones, deshielos… y luego está el aumento de la contaminación, los cambios en las conductas de la fauna, la desaparición de las abejas… nada que no sepa cualquiera que tenga ojos y oídos.
Me duele ver desaparecer árboles en cualquier parte y en donde vivo, Tentegorra, a quien hay quien llama “el pulmón de Cartagena“, lo veo continuamente. Aquí hay algunos ejemplos que voy recogiendo aquí y allá. Ojalá no termine siendo un pulmón tuberculoso o silicótico.
El hombre que plantaba árboles
Hace ya mucho tiempo que leí “El hombre que plantaba árboles” y todavía recuerdo el grato impacto que me produjo. Su autor, el francés Jean Giono, lo publicó en 1.954.
Jean Giono
Tuvo un gran éxito a nivel mundial, salvo en Francia (cosa realmente extraña conociendo el chauvinismo galo) y se tradujo a varios idiomas. Es un libro muy corto pero tuvo (y tiene) una gran trascendencia, ha llegado a inspirar incluso reforestaciones, se hizo un cortometraje de animación de él y según su autor, fallecido en 1970, fue la obra que más satisfacciones le dio pese a no obtener ningún beneficio económico de él, ya que renunció a sus derechos y su reproducción es libre y gratuita.
Si quieres descargarlo en pdf puedes hacerlo aquí.
El personaje protagonista, Eleazar Bouffier, es ficticio, como explicó el propio autor en una carta, pero mucha gente creía que era real, incluso el gobierno francés lo creyó porque la zona en cuestión, anteriormente desolada, luego se fue repoblando sin saber la razón y en la actualidad hay una hermosa vegetación y bosques. Por eso, todavía hay quien cree que podría ser una realidad novelada, inspirada en alguien que realmente existió.
El libro describe cómo el hecho de plantar árboles, o mejor dicho su resultado, el que haya árboles o no, puede transformar la vida, y no solamente el paisaje, sino el carácter y la salud de las gentes que habitan esas tierras.
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